Reflexiones en torno al proceso electoral más grande de Latinoamérica
Qué lejano parece el 2010 en que Lula da Silva dejó la presidencia como el mandatario con mayores índices de popularidad desde que este parámetro es medido. Luiz Inácio deja tras de sí una ...
Reflexiones en torno al proceso electoral más grande de Latinoamérica
Qué lejano parece el 2010 en que Lula da Silva dejó la presidencia como el mandatario con mayores índices de popularidad desde que este parámetro es medido. Luiz Inácio deja tras de sí una expectativa que poco o nada pudo ser cubierta por la siguiente jefa de estado, Dilma Rouseff, quien termina por ser removida después de un juicio político en su contra por cargos de corrupción.
Este es el panorama que requiere análisis, nuestro gremio con comunes afectados es el de las múltiples víctimas de la corrupción en Brasil. Tenemos a aquellos para quienes el escándalo de Petrobras tuvo consecuencias directas a sus bolsillos, su integridad o su credibilidad, tal es el caso de los tomadores de decisiones que permitieron las licitaciones artífices del revuelo de talla internacional que le permitió a Brasil una permanencia poco favorable en las primeras planas de la prensa a nivel mundial. Tenemos también a los afectados indirectos de la corrupción, los ciudadanos presentes en el espectáculo de enriquecimiento ilícito y el desfile de cabezas rodantes una vez que la justicia cumplió su objetivo.
En este entorno se encuentra Brasil, con un vacío político que sólo Lula, ahora consagrado líder moral y espiritual, podría llenar y los reflectores de la prensa internacional y la opinión pública quemando las asoleadas sienes del gobierno brasileño, qué vergüenza. Entonces invade la duda a la maquinaria política brasileña ¿cuál es nuestra prioridad a la hora de buscar un nuevo presidente? ¡Que no sea corrupto, por supuesto! – responderá vociferando la multitud mayoritaria – pero los perfiles conocidos están encerrados o sometidos a proceso, todos grandes promotores de los programas de asistencia social y el reparto agrario, pero también corruptos hasta donde las investigaciones conducen.
La corrupción es el diagnóstico de una sociedad que comenzó a ocupar la lucha contra este cáncer como estandarte incansable de organización política. Ya no basta con prometer progreso y buscar cubrirlo con programas de asistencia, se requiere solidez, trabajo en equipo y una voluntad inquebrantable que doblegue las pasiones humanas ante un estoico tomador de decisiones, que anteponga el bien común sobre sus deseos y ambiciones personales.
Una figura se alza entre la multitud y con una carrera militar, un historial impecable, libre de acusaciones pecaminosas y distinguido representante del pueblo. La estampa que buscábamos aparece entre las filas de los diputados con más de tres periodos legislativos ejerciendo; un personaje que logró construir su imagen y discurso desde la discordia entre el pueblo brasileño y la corrupción, para materializarlo en un discurso contundente que representa la más grande expresión de la derecha radical en el continente.
Jair Messias Bolsonaro representa, en palabras de los voceros del Partido de los Trabajadores (PT), la idea de un Trump tropical , aunque para efectos de este ensayo, habrá que establecer las marcadas diferencias entre ambos incendiarios personajes.
Aunque las ideas fundadas sobre preceptos racistas y supremacistas no varían en demasía entre ambos, hay que dejar claro que Donald Trump, por muy empoderado que se encuentre, no deja de ser un empresario, dirigiendo un estado corporativo; mientras que Bolsonaro, militar de formación, es un político conservador con conocimiento de estrategia castrense y alabanza a métodos de tortura como cartas abiertas en el juego del que participan estado, empresas y población civil.
Lo preocupante viene cuando la población, más allá de alertarse por las declaraciones de Bolsonaro, las aplaude y alienta al recrudecimiento de las posturas establecidas por el candidato. Parece ser que entre más lejos vaya en el politómetro, más seguidores consigue y más personas están de acuerdo con sus radicales planteamientos.
En esa camaleónica característica reside el riesgo de tratar con este tipo de personajes, se alimentan del hartazgo y lo convierten en un discurso de respuestas simples, concretas e inmediatas que prometen poner fin a las condiciones de desigualdad, inseguridad y violencia en el país, aunque en la realidad sólo auguran una espiral de violencia, con demostrados casos en los países en los que estas medidas ya son una realidad, como es el de los Estados Unidos y los tiroteos masivos sin medidas contundentes para el control de armas.
Bolsonaro compite con un factor de negociación que le permite dominar los debates incluso sin presentarse, Bolsonaro ha superado todos los estados que definen las relaciones de fuerzas y ha logrado consolidarse como un líder que ha prometido en su plataforma de gobierno la exclusión de civiles para dar paso a militares de carrera en la titularidad de las secretarías del gobierno brasileño, no importando el área de especialización de la secretaría en cuestión.
El candidato del Partido Social Liberal (PSL) ha demostrado estar más allá de las ideologías del partido para convertirse en una institución ideológica por sí mismo, rechazando abiertamente la agenda progresista y apoyándose de su influencia en las fuerzas armadas para nadar contra corriente y ganarse adeptos que lo han elevado al grado de mártir después de que sufriera un atentado durante sus actos de campaña. Difícilmente veremos a Bolsonaro renunciar a sus propuestas militares, ya que representan el grado máximo de su compromiso por la seguridad y el combate a la delincuencia por medios violentos. Actualmente el aún candidato se encuentra en el punto más alto de las relaciones de fuerzas, con la tentativa de la opción militar como herramienta de negociación frente a opositores y electores indecisos.
La primera ronda de votaciones ya dejaba entrever una marcada preferencia por el candidato del PSL, quien se encamina ahora a la segunda vuelta de elecciones con poco menos del 20% de ventaja sobre el segundo lugar, Fernando Haddad, cuyos mayores errores de campaña han sido no apellidarse Da Silva y no presentar una oposición sólida frente a Bolsonaro, quien ya cuenta con una base de electores que respaldan sus preceptos nacionalistas y conservadores con manifestaciones multitudinarias que acercan al candidato a la vida corporativa de una estrella de rock más que a la de un político.
La tendencia actual y la presión del mundo llevan a no querer ser parte de los últimos veinte de la lista, la frase “no queremos ser como Venezuela” hoy pesa más que nunca y obliga a los electores a tomar decisiones extremas que llevan a preferir a un militar homofóbico y misógino confeso y orgulloso por encima de cualquier político con el más leve indicio de corrupción. El desenlace de este primer capítulo podremos conocerlo el 28 de octubre, cuando “ Él sí” marque el coro de una nación más que se une a las filas de los liderazgos nacionalistas y xenófobos o cuando con un “Él no” la oposición pueda aclarar sus puntos de acuerdo frente al puntero en encuestas y elecciones. Al final, de percepciones vive la democracia y por pensamientos totalitarios toma largos recesos donde los ciudadanos de a pie son los únicos afectados en un país ya suficientemente golpeado por el militarismo y la represión.